jueves

La Ciudad



Voy en el bus, al lado mío una persona muerde sus uñas, es una mujer gorda y va vestida con una camiseta de rayas, lleva una funda de colores que tiene adentro otra funda negra,  más adentro es imposible adivinar que hay,  pero es tan gorda como una cabeza, la funda, digo. Imagino entonces que la mujer acaba de escapar del manicomio decapitando al doctor, la miro atentamente y de repente es indudable que el mascar de uñas es un síntoma del delirio incontrolable que padece. Ella, probablemente al notar mi insistente mirada, me mira dejando por un momento sus uñas a un lado. Para mi ese “dejar de hacer” es tan lento que presiento una explosión, su mano baja suavemente mientras cierra la boca escupiendo ese pedazo de uña que arrancó con la pericia salvaje del asesino. Yo tengo un ligero impulso de saltar por la ventana y rodar lejos por la calle, en vez de eso abro mi bolso y saco lo primero que encuentro. Resulta ser un pequeño folleto que me dio un predicador que subió hace unos minutos al bus. El folleto usa los colores rojo y negro para ilustrar las llamas de infierno en donde se queman las siluetas de un hombre y una mujer. Leo el texto, pues da lo mismo que fingir que leo, en él se cuenta la historia de una muchacha campesina que llega a la ciudad, la muchacha inmediatamente se ve tentada por los letreros luminosos de los centros de diversión nocturna, los jarros de cerveza, la risa estridente, la bulla continua, la piel al aire, todo le asombra y la embriaga. La muchacha olvida su misión -llevar un mensaje a un importante hacendado-  y se queda “a vivir” en, supongo, lo que ellos llaman “las llamas del infierno”, que bien podría ser el nombre de una discoteca. Pero bueno, después la historia se vuelve completamente vulgar, la chica se enamora de un rufián que la obliga a acostarse con él y ella termina maltratada queriendo inútilmente retornar al campo. La historia es pésima pero hay una línea que encontré interesante y la busco para releerla, “Juana llega a la ciudad, en seguida baja del bus, sube a otro, si se queda parada a su lado ya han pasado muchas personas y carros; en la ciudad todo es movimiento”. Mirando el suelo del bus imagino que éste tiene un hueco: el piso en movimiento  pierde su forma, parece una ráfaga de cemento.
Cuando me levanto, unas cuadras antes de mi parada, de reojo veo que la señora que estaba a mi lado se levanta detrás, agarrándose del asiento. El movimiento del bus hace que ella tropiece y casi caiga encima de mí, al parecer tiene problemas de movilización y necesita agarrarse de algo. Le pregunto si es que puedo ayudarla, ella sonríe y me pasa la funda mientras se agarra del asiento. Yo sostengo la funda sin saber que más hacer y entonces  el conductor que ya había frenado me invita desesperado a bajar, y yo bajo, cargando la funda que está extrañamente pesada. Tengo ganas de mirar su interior, aunque probablemente sea solo un pollo o algo similar. Escucho el bus arrancar e irse, veo a la señora, que no se bajó, caminar por el pasillo del bus, probablemente mirándome, no alcanzo a ver. Camina bien, parece. Yo miro en el interior de la funda, tal vez estoy un poco mareada porque no distingo bien lo que hay, veo algo rojo, me parece ver las llamas del infierno. Vuelvo al movimiento.
por la Hermana de Olguita

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